El Escepticismo
¿Quiere un consejo antiguo para lograr la felicidad, la plenitud, la excelencia o el bienestar supremo?
Fácil, sea un escéptico. Aunque no en el sentido moderno de la palabra, sino como lo interpretaban los filósofos griegos.
A menudo se piensa que un escéptico es alguien que niega algún punto de vista. La Real Academia Española define a una persona escéptica como la que no cree en algo.
Pero en filosofía, el escepticismo tiende a basarse más sobre la duda que sobre la afirmación negativa, por lo que no es tanto negar algún punto de vista, sino cuestionarlo todo.
Pero usted dirá, ¿cómo es que dudar de todo nos lleva a la felicidad?
Dudar de todo es lo mismo que no saber nada de nada. Eso, de alguna manera aplaca nuestro apetito de conocimiento, que a veces tiende a ser algo incontrolable, en especial con tanta información que tenemos a mano. Esta ansiedad de conocerlo todo nos genera estrés, o lo que es lo mismo, nos conduce por el camino de la infelicidad. Por lo contrario, el reconocer que no sabemos nada, más bien puede resultarnos liberador.
Imagínese, se acabaron las discusiones sobre quien tiene la razón, los debates interminables sobre religión y política matizados por subjetividades y damos paso a la búsqueda de la verdad, partiendo todos de un mismo lugar, la total certeza de que… no sabemos nada.
Esto que es llamado desde hace siglos como “el escepticismo” es una corriente filosófica tan importante que para algunos es la base en sí de la filosofía. Uno de sus famosos promotores fue el jurista, político, filósofo, escritor y orador romano Marco Tulio Cicerón, quien describió el escepticismo como una forma de libertad de pensamiento.
Comprendemos que en la era del conocimiento pretender que apliquemos el escepticismo a raja tabla no resulta muy lógico. Pero bien podemos volver a un estado, digámosle nosotros, de humildad, en el que reconozcamos que nos falta mucho por conocer y que aun lo que damos por un hecho, puede que se no sea tan cierto. Fuente BBC MUNDO
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