No hay que desesperar.
Es entendible el fenómeno que se está presentando en estas elecciones. Muchos costarricenses se declaran huérfanos de candidato e indican con desazón que no saben por quien votar.
¿Las razones? Muchas; pero en términos generales se puede decir que hay un sentimiento de decepción hacia la clase política nacional, la cual es percibida como mediocre, demagoga y corrupta, además de que la confianza del costarricense en la institucionalidad del Estado se ha erosionado a niveles nunca antes vistos por los escándalos de corrupción que continuamente se hacen públicos.
Una oferta electoral de bajísima calidad y la falta de propuestas realistas, determinantes y viables para enderezar el rumbo del país tiene como efecto el agudizar este sentimiento. Y de hecho, mucho de lo que se percibe responde a ese desencanto, a la ira y a la indignación que muchos costarricenses sentimos al darnos cuenta del adefesio en el cual han convertido a nuestro país; y principalmente por la certeza de que nuestra institucionalidad está invadida por el cáncer de la corrupción, la ineficiencia y el nepotismo.
Pero no hay que desesperar. La desesperanza en muy mala consejera en momentos de crisis.
Es nuestra obligación ciudadana el agarrar la zartén por el mango y demostrar a los partidos políticos que la indecisión, que es el «partido» con mayor porcentage en las encuestas, es absolutamente real; y que la misma responde al hecho de que nos estamos convirtiendo en ciudadanos que razonamos nuestro voto. Que nos hemos apoderado de nuestro incuestionable derecho de hacer valer nuestra opinión. Que hemos aprendido a «elegir» y que estamos en un proceso irreversible de empoderamiento cívico que exige cambios radicales y profundos en nuestra forma de concebir el Estado, su institucionalidad y su legitimación jurídica y política.
Está en nosotros el demostrar que, en los momentos de crisis politica e institucional que vivimos, nuestra madurez cívica y democrática es el recurso más sólido con el cual podemos defender a nuestro país. Debemos de demostrar que ya no creemos ni en cacicazgos agotados ni en cantos de sirenas desentonados. En fin, debemos de demostrar que ya no somos un hato de votantes amorfo que va a las urnas convencidos por fanatismos mesiánicos o por banderías partidistas o inducidos irresponsablemente por mercadotecnias para gaseosas.
Tenemos que, ineludíblemente, ejercer nuestro voto. Tenemos que decidir a quienes vamos a elegir para asumir la responsabilidad de conducir nuestro país a partir de Mayo del 2018. No podemos ni debemos quedarnos sin votar. Por ello es vital que nos tomemos el tiempo y analicemos de forma responsable el como ejerceremos ese derecho.
No hay que desesperar pues con nuestra actitud le estaremos diciendo presente a Costa Rica. Nuestra indecisión actual hay que aprovecharla para hacer conciencia de nuestro poder como ciudadanos. Y ese poder que tenemos es, sencillamente, demoledor y hay que hacerlo valer ahora y el próximo Febrero y si es del caso otra vez eb Abril del 2018.
¡Usémoslo responsablemente!
Los comentarios están cerrados.