Coherencia entre nuestra fe y nuestra actuación diaria
En estos Días Santos el recogimiento interior se vuelve una necesidad imperiosa, no solo como una forma de contemplar, intensamente, el sacrificio de amor perpetrado por Jesús mediante la fortaleza de su pasión, la misericordia de su muerte y la esperanza de su resurrección; sino, también, como una manera de corresponder a todas las gracias obtenidas por Él.
Porque aunque asistamos activamente a las respectivas celebraciones de la Semana Mayor, podríamos quedarnos en lo meramente anecdótico sin que exista un vínculo congruente con nuestra fe. Pues vivir las directrices de Jesús no se debe limitar a la simple participación de las celebraciones litúrgicas pues estas, en realidad, tienen razón de ser cuando existe en el corazón y en la mente de los humanos una actitud cristiana solidaria y efectiva
Ciertamente los costarricenses hemos sido testigos, y cuidado sino protagonistas, de egoísmos, violencia, intolerancias o injusticias, entre otras malsanas situaciones, tanto hacia nuestros compatriotas como hacia nuestros hermanos extranjeros. Por ello, es válido preguntarse, ¿cuántos de los que asistimos a las celebraciones de la Semana Mayor estamos asumiendo una actitud superflua al ser incapaces de hacer manifiesto, internamente, el real mensaje de Jesús?
Que no se nos olvide que el mensaje de luz de la Semana Santa no es solo hablar de Dios y de su promesa de salvación, sino de que exista, efectivamente, una coherencia entre nuestra fe y nuestra actuación diaria. Significa que esas simbólicas manifestaciones litúrgicas se traduzcan en un sincero mensaje de paz, esperanza, respeto, tolerancia y perdón.
Por eso, esta Semana Santa, al igual que las próximas, tendría que ser un oportuno momento para respondernos ¿cuál es el Dios en el que creo?, ¿a quién considero mi hermano?, ¿cuál es la verdadera razón por la que Jesús fue crucificado, murió y resucitó?, ¿de qué manera queremos vivir la Semana Santa?… Pues, ciertamente, esta vocación de amor por nuestros hermanos y por nosotros, requiere, absolutamente, la imitación del mensaje real del Maestro; es decir, la muerte de Cristo nos invita a morir también, no físicamente, sino a suprimir el egoísmo, la injusticia, la indiferencia y falta de respeto en miras de alcanzar nuestra propia resurrección.
Padecer con Cristo y resucitar en Cristo es, más allá de las plegarias y los rituales, volver nuestra mirada al hambriento, al sediento, al pobre, al forastero, al desnudo, al enfermo o al encarcelado; así, mediante este firme propósito de manifestar auténticamente nuestra fe para vivir como verdaderos cristianos, es que la pasión, muerte y resurrección de Jesús adquirirán un sentido más profundo, nuevo y trascendente que nos lleve a gozar, constantemente, y pese a las tribulaciones de la vida, de la presencia de Cristo resucitado.
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