¿La paz al precio del Leviatán?
En un escenario global cada vez más tenso, los signos de un posible conflicto de gran magnitud son alarmantes. Los llamados a la paz parecen no tener eco frente a líderes obstinados, que priorizan sus ambiciones sobre el bienestar colectivo. Nos encontramos al borde de una nueva tragedia mundial, donde las lecciones del pasado parecen haber quedado en el olvido.
La historia ha dejado claro que las guerras destruyen no solo ciudades y vidas, sino también el tejido moral de las sociedades. Aun así, seguimos atrapados en un ciclo, donde el poder se ejerce con arrogancia y prepotencia, ignorando los llamados al entendimiento.
El Leviatán, metáfora del poder absoluto, se manifiesta hoy en decisiones que dividen y atemorizan. Su sombra amenaza con hundir al mundo en un caos donde las soluciones bélicas reemplazan al diálogo. Bajo esta dinámica, no solo se pone en riesgo la estabilidad política y económica, sino también la supervivencia humana, marcada por la amenaza de las armas nucleares.
La paz no es un ideal utópico, sino una meta alcanzable, que eso sí requiere voluntad, sacrificio y cooperación. Sin embargo, la guerra sigue siendo atractiva para algunos, debido a los beneficios que genera en algunos sectores económicos y geopolíticos.
El costo real de la guerra, supera con creces cualquier supuesto beneficio. Se mide en vidas humanas, desplazamientos forzados, hambre y destrucción ambiental. Frente a esto, surge una pregunta esencial: ¿Estamos dispuestos a pagar el precio de la paz?
La respuesta exige líderes que, antepongan el bienestar colectivo a sus intereses. La paz duradera solo puede lograrse mediante compromisos sólidos, diálogo sincero y respeto mutuo. Es inconcebible que, en pleno siglo XXI, se considere el uso de armas nucleares, como herramienta de poder. Lecciones como Hiroshima y Nagasaki debieron haber sido erradicadas para siempre como posibilidad. Las armas nucleares no consolidan la paz, solo perpetúan el miedo, la desconfianza, la calamidad y la destrucción total.
Una paz verdadera no puede sostenerse en la amenaza de destrucción, sino en la capacidad de reconocer nuestra humanidad compartida. Es fundamental construir sistemas que privilegien la vida, sobre cualquier ambición destructiva.
Es momento de actuar. Los ciudadanos del mundo, no podemos ser espectadores pasivos mientras el Leviatán de la guerra gana terreno. Es nuestra responsabilidad exigir a los líderes, soluciones que prioricen la estabilidad y rechacen la violencia como vía para la solución de los conflictos.
La paz no se regala, se construye con esfuerzo y determinación. Este desafío, nos compromete a todos, desde los gobernantes, hasta cada persona en su comunidad. Necesitamos ideas y acciones, que hagan de la paz una realidad indispensable.
Antes de que el fragor de las armas nos condene al silencio, trabajemos juntos por un mundo donde reine la armonía. Que el Leviatán de la guerra sea derrotado, no por la fuerza, sino por la firme voluntad de construir un futuro basado en la esperanza y la solidaridad
Los comentarios están cerrados.