Robustecida conciencia familiar
Del 08 al 15 de mayo se celebró la Semana de la Familia. Hecho ciertamente importante pues recordemos que de los grupos sociales primarios, el ambiente familiar es el más influyente; por tanto, si en esta época de significativos cambios y propuestas sociales se fomenta una especial manera la unión familiar, no estaría de más que, realmente, se replanteara el papel que la familia ostenta, o debería ostentar, en nuestra sociedad.
Pues frente a los perfiles relativamente estereotipados de los modelos tradicionales, no se puede obviar que gran parte de los incipientes modelos familiares de los que hablan los sociólogos se caracterizan por la búsqueda de la adaptación a las nuevas condiciones sociales, a los nuevos roles del hombre y de la mujer y al creciente protagonismo de los hijos que se desarrollan, cada vez más, exigiendo autonomía.
Entonces si en nuestro país se le da tanto valor a la familia, esta se debería tratar de una familia con buena comunicación entre padres e hijos, o los otros integrantes de esta; con capacidad de transmitir sana y libremente puntos de vista y creencias; donde impere el respeto; que sea abierta a la escucha y a los cambios y en donde las opiniones de cada miembro sean particularmente tomadas en cuenta.
Lógicamente, aún si se tiene por cierto todo lo anterior, no deja de ser una familia exenta de desavenencias, a veces graves, fruto básicamente de situaciones nuevas en los también nuevos roles de sus integrantes. Ahí se encuentra, precisamente, la necesidad de reformularse actitudes y valores, pues en este renovado panorama familiar las responsabilidades de cada uno deberían estar en revisión continua.
De ahí la necesidad de ir creando una robustecida conciencia familiar cuyos integrantes interioricen, y pongan en práctica, una convivencia sana, de negociación, mediante el cultivo de valores como el respeto, la honradez, el compromiso, la paz, la armonía, la tolerancia, la empatía y la lealtad, pues es muy sencillo decir que la familia es el elemento central de la sociedad, es muy fácil llamarse padre, madre o hijo, pero es muy difícil hacer efectivas tales consignas.
La familia es, sencillamente, el lugar en donde nacemos, nos criamos, nos educamos y hasta morimos; donde la libertad, la autonomía, la identidad y el amor florecen y en donde se nos presenta la oportunidad de ser mejores humanos.
Por tanto, bien valdría la pena que tengamos en cuenta las palabras de San Juan Pablo Segundo: “El futuro depende, en gran parte, de la familia; lleva consigo el porvenir mismo de la sociedad; su papel especialísimo es el de contribuir eficazmente a un futuro de paz y un presente de justicia”.