Gracias maestro, hasta luego amigo
En un aula universitaria en Sabana Sur, camina un hombre con una andadera, todos voltean a verlo con admiración. Es moreno, delgado, de baja estatura y un poco calvo, se ve entrado en años, pero por donde quiera que va, profesores y estudiantes le saludan afanosamente. Este comentarista no tiene ni la menor idea de quién se trata, ha de ser un hombre importante, porque todos le hablan con mucha deferencia. La curiosidad pudo más y alguien me indicó que se trataba nada más y nada menos que del Dr. José Luis Molina Quesada, insigne jurista, abogado, profesor, padre de familia, abuelo, bisabuelo, expresidente de la Asamblea Legislativa, ex embajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas, ex diputado, y ex magistrado de Sala Constitucional.
Una pared de lado a lado en su casa llena de libros, de piso a cielo raso, guardaban el secreto de toda esa información escrita que estaba en la cabeza de tan insigne persona, sin contar toda una experiencia de vida, de una vida bien vivida, de una vida de admiración. Para mí no solo fue un profesor, sino un maestro de vida.
El consejo más importante que me dio, cuando le dije que quería ser un buen abogado, fue este: “Tenga una serie de principios, conózcalos y no se aparte de ellos por nada del mundo”. Su ética era fuerte e incólume, su manera de enseñar era avanzada para los tiempos, la forma en la cual sus estudiantes aprendimos sobre Derecho constitucional y Derecho internacional público nos cambió para siempre, pero a mí en lo personal me cambió todavía más cuando le contaba sobre mis experiencias de vida, mientras esperábamos el taxi que lo venía a recoger para llevarlo a su casa, porque ya él era muy mayor y no conducía.
Ahí estaba él, cerca del aula en la Universidad de la Salle, era como media hora o cuarenta y cinco minutos de compartir de más, eso sin contar que habíamos un grupo de estudiantes que nos quedábamos en clase conversando con él en vez de ir al receso. Fueron tantas las enseñanzas, que ni en una enciclopedia se podrían incluir todas. Quienes pasamos por sus aulas hemos destacado en el ambiente jurídico, porque nos enseñó a ser abogados, nos enseñó a entender el Derecho, él mismo decía: “No sean abogados codigueros, conozcan el Derecho.”
Luego estaban sus anécdotas con don Eduardo Ortiz y don Rodolfo Piza Escalante, nos contaba de lo distraídos que eran esos insignes juristas. De sus tiempos de enseñanza en la Universidad de Costa Rica, de cuando estuvo en las Naciones Unidas, y nosotros lo escuchábamos atentos y con admiración. Maestro, se nos ha ido para el cielo, pero aquí en la Tierra sus pupilos le agradecemos que no solo nos haya formado como abogados, sino como seres humanos.
Que en paz descanse!!!
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