Amor de Dios, fuerza de vida y esperanza
Su vida, una dádiva de amor alojada en cada una de sus acciones. Su linaje, la sencillez y la valía aflorada en las almas de sus padres. Su fe, la esencia misma de la misericordia arraigada en su Padre Celestial. Su misión, la redención de toda una humanidad mediante el destello milagroso de sus enseñanzas. Su nombre, Jesús: carne, espíritu y sangre hechos humanos. El mayor y el más hermoso y afable héroe espiritual del que la historia ha sido testigo. Este fue el hombre, el hijo de Dios, quien fue enviado por su propio Padre para morir por nosotros, dejándonos, con este hecho, la más grande doctrina de entrega y amor que tan solo un padre puede hacer por sus hijos.
Esa es razón más que suficiente para que, a pocos días de haberse celebrado, una vez más, la Encarnación de Cristo mediante otra Semana Santa y, en medio de un mundo en donde pareciera que el compromiso cristiano titubea, sigamos reflexionando acerca de ese amoroso sacrificio que el hijo de Dios hizo por nosotros.
Por lo tanto, es válido, y muy obligatorio, que nos preguntemos ¿Qué representa para el pueblo cristiano la Semana Santa?, ¿cómo es asumida?, ¿qué tipo de reflexiones llevamos a cabo? y ¿si su esencia ha ocupado, generalmente, un lugar más allá de los días santos?…
Pues si bien se nos recuerda, muchas veces por cuestión dogmática, que cada Semana Mayor es para realizar un ejercicio de reflexión en torno a nuestro comportamiento cristiano, dicha enseñanza ha quedado, en más de una ocasión, solo en palabras; o peor aún, en acciones de toma de conciencia que empiezan mecánicamente el Domingo de Ramos y terminan el Domingo de Resurrección.
Por eso, dadas las circunstancias que por tradición han moldeado la Semana Santa, pero respetando la actitud de cada quien al momento de asumirla, dicha celebración debe ir más allá de tanto simbolismo que la caracteriza, así como evitar limitar el significado de tan significativo acto de amor solo a la Semana Santa. Esto no significa que las diversas manifestaciones, emblemas, o rituales que la permean sean de índole negativa; lo perjudicial está en que muchas personas encasillan el trasfondo de sacrificio, esperanza, perdón y, ante todo, amor, solo una semana, cuando debería estar presente siempre en la vida de todo aquel que se autoreconoce como seguidor de las enseñanzas de Jesús.
Si realmente queremos poseer una postura cristiana frente a ese tiempo santo, nuestra actitud debe ser la de un compromiso sincero con esos valores espirituales encarnados en ella de solidaridad, tolerancia, empatía, amor, caridad, respeto y bien común. No lo olvidemos: la pasión, muerte y resurrección de Jesús es testimonio vivo y permanente de que el amor de Dios es fuerza de vida y esperanza.
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