Aprobemos la reforma fiscal
El país continúa posponiendo la promulgación de la ley fiscal. De nada sirve agravar la aprobación con discusiones políticas que omiten los estudios de los entendidos. Es como esconder la medicina curativa de la enfermedad. Lo peor que puede pasarnos es dejar en manos de la praxis política un asunto de tanta entidad económica. Ya los ciudadanos saben que llevamos cerca de 40 años esperando una solución. Si este grupo de diputados, por preparados que estén no atienden con suficiente hondura y tiempo el criterio de los economistas, no habrá ley y tendremos que esperar otros años más.
Una discusión política más no será el camino. La mejor base para redactar una ley fiscal es el estudio, no las discusiones. El país no puede esperar más tiempo para aprobar una ley que, en forma proporcional, obligue a todos a contribuir a solucionar el descalabro reinante. No puede continuarse repartiendo pluses salariales y desequilibrando presupuestos nacionales, como jugando con los ingresos y egresos libremente y sin reducir gastos y emisión de leyes y reglamentos cada vez más difíciles de cumplir. Todos sabemos que vivimos encerrados en una tramitomanía odiosa y estéril.
Es tiempo de reaccionar y de estudiar con ahínco y seriedad estos problemas que tanto pesan sobre los ciudadanos. Unos y otros debemos reaccionar. Cuando la casa paterna vive penurias que la golpean y la ponen en peligro, todos debemos colaborar. Sí –dirán algunos-, pero nosotros no tenemos la culpa de la crisis.
Sin embargo, como afecta al país entero, debe aportarse lo necesario para solventar la situación. Lamentablemente, ricos y pobres y sindicatos se enfrascaron en críticas, desfiles y posposiciones. Todos querían pagar menos. No podemos continuar sin solucionar lo que debe solucionarse.
No podemos seguir convirtiendo lo serio en una charanga política. El primer poder de la República es servir, no solicitar la palabra para lucirse. Ni antes ni ahora, nadie se luce si no sirve primero al país. Lo queremos seguro, ordenado, con paz social y sin mayores deudas. Tomemos las cosas en serio. Solucionemos los graves problemas fiscales a que hemos llevado a la nación.
La crisis no es una falsedad; es una realidad que pide de todos una ineludible contribución proporcional. Lo que está en juego es la “ética de la responsabilidad”, que lleva al éxito, al triunfo del país entero. No escondamos en el bolsillo la medicina del enfermo. Aprobemos la reforma fiscal.
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