Cómo preservar la paz que tenemos y transformarla, en una paz verdadera
La construcción de una cultura de paz demanda redefinir lo que constituye violencia. La idea de violencia parece extraña a muchos y no piensan de sí mismas como personas violentas porque no agreden a otros intencionalmente y hay poca conciencia de la violencia contra el espíritu humano y la salud mental.
La separación que hacen las culturas occidentales entre el cuerpo y el espíritu, niega la integralidad de la persona, propiciando así mayor alcance a los mecanismos disponibles en el campo de las relaciones de poder para discriminar.
La definición oficial de violencia no refleja el amplio repertorio de formas en que se manifiesta. Gracias a la autora Gioconda Batres, el término “violencia” se ha definido de forma cabal como “todo acto u omisión que resulte en daño a la integridad física, sexual, psicológica o social de un ser humano”.
Batres concuerda con muchos autores en que la violencia es una forma de comportarnos, la que hemos integrado a través de un complejo proceso de interrelaciones más o menos inconscientes, por el que nos apropiamos de forma activa de las creencias y valores contenidos en los procesos sociales, a través de la socialización por género como también por transmisión de los valores políticos y económicos de la sociedad que la sustentan.
De lo anterior se infiere el posible nivel de violencia al que somos sujetos desde pequeños, y cómo ésta se ha normalizado en la cultura al punto de ejercerla contra nosotros mismos y sobre los demás, muchas veces sin darnos cuenta.
Precisamente es esta consciencia obnubilada de lo que es violencia lo que obstaculiza la posibilidad de que medie la mutualidad y la equidad necesaria para que surja lo que en estudios de paz se llama paz positiva.
La paz impuesta por imposición se llama paz negativa, porque persiste la tensión en la relación y la parte reprimida sigue sintiendo incomodidad, desconfianza y resentimiento. Esto es lo que luego se manifiesta como una explosión desmedida de violencia.
Si incluimos en los sistemas educativo, social y económico los principios éticos y morales, que involucran una cultura de paz, entonces la paz es posible; y si además logramos coincidir en la conveniencia de que exista paz social, entonces podríamos construir una realidad muy diferente.
En 1966 dijo René Maheu, director de la Unesco señaló: “En definitiva, lo que decide el curso de la historia es la libertad de la humanidad de elegir entre la paz y la guerra. Las guerras nacen en la mente humana y es por la cual no puede haber paz verdadera. La mente está en paz solo cuando tiene cómo adherirse a un orden consensuado que pueda respetar, a un encuadre de principios que le den sentido y estabilidad.”.
Los comentarios están cerrados.