De la Cruz a la Resurrección
“Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo les aliviaré.”[1] Estas palabras de profundo contenido espiritual las pronunció el Señor Jesús, ese mismo a quien contemplamos en estos días, despreciado, calumniado, azotado e injustamente condenado a morir de la forma más ignominiosa en la cruz.
Cristo, desde la lógica humana es, simplemente, un fracasado y cómo, en esa posición, alguien puede darme paz, más aún, en medio de la angustia que experimentamos, al ver desplomarse expectativas y proyectos que fundamentaron nuestras vidas. ¿Cómo esperar un futuro mejor, cuando no veo salida posible, mis seguridades se falsearon y, en adelante, se percibe oscuridad? ¿Cómo tener confianza, cuando la amenaza de muerte nos acorrala, pues, hasta las personas más cercanas y queridas pueden ser agentes del virus que ha llevado a miles a la tumba?
Precisamente, Cristo con su ofrecimiento nos pide seguirlo en esta “locura de la cruz”[2]. El seguir a Cristo amerita cargar nuestra cruz siempre, aún más, el cristiano verdadero se sabe “crucificado con Cristo”[3] y “configurado a su muerte”[4].
Estos días, en los que viviremos una atípica Semana Santa, tendremos la oportunidad para reflexionar, con toda seriedad y recogimiento, lo que ha sido nuestra vida hasta el día de hoy y disponer el corazón para que, quien marcó mi historia desde lo alto de la cruz, comience todo un proceso de renovación que contribuya a una auténtica transformación de la humanidad. Vivamos, poderosamente, la paradoja de la cruz hasta poder exclamar con San Pablo: “estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas mis tribulaciones”. [5]
Démosle a Cristo la centralidad en nuestras vidas para que esta pandemia, con sus graves efectos sanitarios, sociales y económicos, sirva para fijar nuestra mirada en lo permanente y definitivo, dejando de lado toda superficialidad e inmediatismo. La vida nos da la oportunidad de direccionar nuestros pasos ya no por los caminos de la indiferencia o el egoísmo, del mínimo esfuerzo o la falta de compromiso.
Como nos enseña el Papa Francisco, a la humanidad la sorprendió una «tormenta inesperada y furiosa … Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos».
Es
hora de ser constructores de fraternidad y solidaridad. De ninguna manera
podemos olvidarnos de los menos favorecidos, la fortaleza de toda persona y del
mundo estará en su reconstrucción desde los más débiles e indefensos, especialmente
nuestros adultos mayores.
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