El Día de la Madre
Nadie ha nacido por sí solo. Todos hemos nacido de una madre y la llevamos en el corazón. El último día de la vida ascenderá al cielo y estará por siempre cuidando de sus hijos. Ella sabe cuánto implica la vida.
Si retrocediéramos a los primeros días del embarazo, conoceríamos de ascos, mareos, antojos y oraciones; un tiempo después conoceríamos de pañales, desvelos y sacrificios por su bebé. La vida de una madre es una entrega constante y total. Nadie puede negarlo. Es un ejemplo de amor único en la vida.
La misión de madre es insuperable. Su capacidad de entrega y dedicación raya casi lo sobrehumano. Es más, el mundo actual es absolutamente incapaz de presentar un ejemplo superior. Unos la tenemos y otros no, pero todos la llevamos en el corazón. La madre es una mujer totalmente inolvidable. Cuanto queda del mundo actual confirma su inmortalidad.
El más ingrato de los hombres nunca se negaría a negar su existencia, pues el nacimiento de una madre es inconmovible. Después de la Verdad Suprema, le sigue el de la madre. Después del Amor del Creador hacia la humanidad, le sigue amor de una madre por sus hijos y debemos reconocerlo así. Nunca vivamos al margen de la vida de una madre.
Una chinita nacida en Nicoya, con motivo de la celebración del día de la Madre da un ejemplo, de cómo debemos vivir: siempre juntos y lo resumió en una sola palabra: “pura vida”. Cuando los hijos se juntan con la madre, se cuentan historias y hasta comparten recetas de cocina y comidas. Esa fue otra ocasión para estar juntos y disfrutar de su capacidad de amar.
Cuando los precolombinos cruzaron el estrecho de Magallanes, entraron por el litoral al Mar Pacífico para atracar y descansar en Nicoya. Esto trae a la memoria las palabras de un místico también español: “Pon amor donde no hay amor y sacarás amor”. Este decir se puso muy de moda en España por la labor incesante de las madres por sus hijos, por sus familias.
El Día de la Madre es un día lleno de reconocimiento, gratitud y felicidad.
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