En ocasión del 50 aniversario de la UCCAEP
En este transcendental aniversario, me encuentro ante ustedes agradecido por la invitación que me hacen para celebrar el cincuenta aniversario de la Unión de Cámaras.
Más aún, estoy profundamente conmovido por la distinción con la que me honran esta tarde, particularmente, porque proviene de una organización comprometida con los más altos valores para el desarrollo y el progreso nacional.
La celebración de una institución como esta, genera la tentación de trasladar nuestra mirada hacia el pasado y encontrar la satisfacción en los logros alcanzados.
No obstante, al mismo tiempo que reconocemos la profunda huella que ha dejado la UCCAEP en el desarrollo nacional, esas grandes conquistas alcanzadas corren peligro de verse disminuidas ante los inmensos retos y peligros que hoy enfrenta nuestra patria.
Justamente, uno de los retos más acuciantes es la necesidad de un entorno político estable, de un sistema jurídico de reglas claras y previsibles, de un ecosistema administrativo que respalde el riesgo del inversor, la audacia del emprendedor, y la confianza de todos los que participan en la actividad productiva.
A la empresa privada ningún problema nacional le es ajeno. Al fin y al cabo, los problemas de la administración pública y de las relaciones entre los poderes del Estado repercuten en su desempeño y entorno competitivo.
La relación del Estado con la empresa privada va de la mano con una saludable vida democrática. Es la simbiosis más esencial de la vida republicana. Por esto, la agenda de los poderes de la República necesita asumir como propios los problemas de la empresa privada, así como tomar en cuenta sus inquietudes.
El sector empresarial necesita y merece ese entorno político favorable que produzca confianza, que es tanto más decisivo cuanto más graves son las amenazas que se ciernen en la arena internacional.
Las condiciones macroeconómicas son base imperativa de la competitividad nacional y de las empresas. La competitividad es un inmenso océano, en continúa agitación, dentro de un mundo cada vez más incierto. En ella confluyen cada una de las acuciantes contradicciones de la vida social, económica, educativa e institucional de este pueblo, sumido en crecientes desafíos.
El control de la inflación, el acceso y bajos intereses del crédito para actividades productivas, las políticas de empleo, el tipo de cambio, las cargas sociales, en fin, todo el andamiaje de nuestro Estado Social de Derecho es amenazado cuando el endeudamiento público le arrebata recursos a la inversión social, a la infraestructura pública, al sistema educativo y a las actividades productivas.
Necesitamos, como nunca, entendimiento y diálogo. No es tiempo de discordias. El Estado debe asumir, como una de sus responsabilidades, la revisión constante y la creación de un ambiente propicio para el desarrollo económico y social.
Recordemos que el bienestar social y el desarrollo humano de nuestro pueblo son los fines esenciales de la política y para alcanzarlos es vital la consolidación de un sector empresarial socialmente responsable.
En ustedes descansan las expectativas profesionales y laborales de nuestros jóvenes y la consolidación de la estabilidad económica de los hogares costarricenses.
Cada empresa, cada empleo, cada emprendimiento, cada riesgo asumido abren surcos de esperanza para nuestro pueblo.
Por esas mismas razones, éste debe ser ante todo un día de reflexión.
Estrechemos manos, pasemos a la acera de enfrente, cedamos cuando sea necesario para tomar decisiones perentorias. Las consecuencias de una atención a destiempo, fragmentada o polarizada, castigarían todos los órdenes de la vida social.
Apuntemos alto, pues aún las más grandes realizaciones esperan nuestro arribo. No tengamos miedo a fallar. Tengamos miedo a no emprender las acciones necesarias para dar el salto al desarrollo. Pensemos en los próximos cincuenta años de Costa Rica y de esta organización.
Hagamos juntos lo que es posible, hagamos posible lo que sea viable. Hagámoslo unidos, porque Costa Rica lo espera.
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