Estudiantes como el eje protagónico de las misiones académicas

Pese a que la educación se ha convertido en uno de los baluartes más preciados de la humanidad, en algunos casos el sistema educativo se ha enfrentado a ideologías conservadoras donde la enseñanza se ha vuelto meramente memorística; una educación que, muchas veces, y de manera muy peligrosa, evalúa solamente la repetición de datos, convierte a los estudiantes en un simple “número” y donde mediante solo exámenes se evalúa al estudiante desde una perspectiva comparativa.
En este sentido, bien vale preguntarse cuánto ha limitado este tipo de prácticas evaluativas los cerebros de los estudiantes y por qué algunos actores del ámbito educativo, como los docentes, se han negado a poner en práctica estrategias de evaluación más funcionales que rompan el paradigma de transmisión de conocimientos inalterables e indiscutibles.
Efectivamente abordar el sistema educativo mediante una evaluación desde una ideología más liberal, donde tanto alumnos como docentes sean partícipes directos y activos del proceso evaluativo de enseñanza y aprendizaje, permitiría lograr aprendizajes mediante formas de trabajo más colaborativas, con visiones críticas y experiencia autorreflexivas, las cuales busquen el placer del conocimiento, la autonomía intelectual y su aplicación a la realidad social, por ejemplo, el uso de análisis de casos, debates, mesas redondas, proyectos creativos, preguntas generadoras, diálogos socráticos o ensayos argumentativos.
Ello, además, es una manera pertinente de ofrecerles a los estudiantes una adecuada información sobre los aprendizajes que se van alcanzando con el propósito de que sean responsables de sus logros y, al mismo tiempo, les permite a los docentes obtener información sobre aquellos aspectos que requieren mejorar para planear y aplicar estrategias evaluativas pertinentes que estén acordes con las necesidades reales de los alumnos.
Ante ese panorama, sería pertinente que los docentes se plantearan, constantemente, cuáles son las competencias cognitivas y afectivas que desean que alcancen los alumnos y cuáles estrategias evaluativas son las más adecuadas para observar y determinar los logros de los aprendizajes.
Por eso, las estrategias evaluativas, más allá de un simple número, deben ser una norma; una política educativa, continua, permanente y flexible, tanto en los centros educativos públicos como privados, para que en cada aula se coloquen a los estudiantes como el eje protagónico de sus misiones académicas, se midan más sus competencias y se apliquen evaluaciones que “activen el cerebro de los estudiantes”; y, en esta misión, los profesores son los primeros abanderados de tan significativa transformación.
Efectivamente el compromiso es apostar por una modalidad de enseñanza y aprendizaje horizontal que rompa la verticalidad tradicional de la educación para detectar más fácilmente los aciertos para potenciarlos, y los yerros para tratar de subsanarlos.
Lo importante es pasar del dicho al hecho…
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