Fomentemos la paz
Mientras tratamos de contener la violencia, el odio y la crueldad contra los seres vivos, es necesario hacer una profunda reflexión ante la fiereza destructiva que se ejerce contra nuestros semejantes. No podemos permitir que esta situación siga avanzando sin una respuesta contundente y coordinada de todos los sectores de la sociedad.
Resulta desgarrador hablar de los delitos donde menores inocentes caen abatidos por balas criminales, tragedias que tristemente se registran en nuestro país. Es una indignación palpable que a nuestras autoridades se les restrinja su campo operacional, con actitudes burlescas, discursos de odio, y la minimización de su labor. A esto se suman leyes irreflexivas como la regla fiscal y la ley de empleo público, las cuales erosionan los recursos destinados a fortalecer la seguridad y el orden, al canalizarlos hacia la caja única del Estado sin una justificación razonable.
No estamos dando la debida importancia a la fuga de talentos en el OIJ, un fenómeno trágico que es consecuencia directa de la injusta aplicación de la ley de empleo público. Hoy, un oficial que apenas ingresa a la institución percibe un salario mayor que el de sus compañeros con hasta quince años de servicio, entrenamiento, experiencia y dedicación. Esta disparidad es inaceptable y debe ser remediada con urgencia si queremos mantener la eficacia de nuestras fuerzas de seguridad.
Afortunadamente, contamos con una mayoría de legisladores que han comenzado a visualizar esta realidad y están trabajando en corregir estas falencias. Sin embargo, es imperativo señalar que todavía existe una minoría desconectada de la realidad, que, con tristes e inconsistentes argumentos, continúa oponiéndose a reparar el daño que legisladores de épocas anteriores han causado, favoreciendo así al crimen y maniatando a los servidores públicos que arriesgan sus vidas para proporcionarnos tranquilidad.
Ha llegado el momento de proteger a nuestros niños y jóvenes, para que no sean asesinados o reclutados por las organizaciones criminales que los convierten en sicarios y futuros delincuentes, desgarrando el tejido social de nuestro país. Debemos reconocer que las raíces del crimen germinan, en muchos casos, en hogares disfuncionales, donde los padres cumplen penas en centros penales, las madres se ven forzadas a la prostitución o a engrosar las filas de la delincuencia, y los hijos, desprovistos de orientación y apoyo, se pierden en las calles, víctimas de la falta de educación, calor humano y oportunidades.
Es profundamente lamentable saber que el problema sociocultural, económico y social que enfrentamos está lejos de resolverse mientras sigamos reduciendo los presupuestos destinados a combatir estas causas. Es crucial que comprendamos que solo a través de la inversión en educación, políticas públicas integrales y recursos destinados a la rehabilitación social, podremos aspirar a un cambio verdadero.
Costarricenses, ha llegado la hora de cerrar filas en pro de la paz. Nuestro país necesita de la empatía, la unidad y el esfuerzo colectivo para asegurar que Costa Rica siga siendo un lugar en el que podamos vivir mejor. No podemos permanecer indiferentes ante los desafíos que enfrentamos. La paz no es solo responsabilidad de nuestras autoridades; es un compromiso de cada uno de nosotros. Es el momento de actuar. No podemos esperar más.
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