La borrachera populista

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La borrachera populista
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No hay que confundir la gordura con la hinchazón. Hay dos formas de acercarse al pueblo cuando se está en una posición de gobierno: La democrática y la populista. La primera goza de transparencia, mientras que la segunda confunde y trabaja disfrazado de democracia para aprovecharse del pueblo. La visión democrática pretende gobernar para todos, mientras que la visión populista, por el contrario, pretende manipular a todos.

Explicado de mejor manera, la democrática busca que el pueblo se beneficie, de mayor o menor medida de toda decisión que se tome; mientras que, la populista hace creer que se trabaja para todos, cuando en realidad quiere poner a pelear a unos contra los otros con mensajes y verdades falsas para perpetuarse en el poder; ellos hacen creer que todo es malo y que la culpa del mal vivir es de unos cuántos.

La borrachera populista es, en todo sentido, la versión gráfica de lo que pasa cuando un candidato presidencial, o el propio gobernante, siembra miedos, mentiras, contiendas, distorsión, polarización y, por ejemplo, la chota contra «los otros», responsabilizándolos a ellos de las desgracias ajenas. Este discurso, el populista, lo pinta como ganador, invita a identificarse con él y busca darle razón emocional a ese odio contra los que no se sienten beneficiados por el Estado social de derecho actual.

Irónicamente, hay ocasiones en las que el populista, luego de jurar respaldo a la constitución, se vuelve el principal peligro no solo contra la Carta Magna, sino también del pueblo al que prometió cuidar.  En su camino por construir un nuevo orden dentro del país, el populista ataca a quien se le oponga en lugar de tener la valentía de, como Dios y la tradicional democrática manda, comenzar un cambio que sí beneficie a todos. Estos personajes populistas usan ese rencor contra «los otros» para debilitar la educación, la seguridad, la vivienda, la salud, la paz social y, por ejemplo, el respeto a la autoridad.

Un presidente no es lo que dice que hace, sino es lo que efectivamente hace. Un mandatario con visión democrática une, busca consensos, busca respuestas, busca construir, entiende que no es un sistema autoritario donde todos deben hacer lo que él diga y entiende que el equilibrio del país suma a todos. Un presidente con visión populista, por el contrario, divide, polariza, se burla de quienes no piensan como él, se contradice, vocifera, ve como traidores a todos los que no comulgan con él, infunde miedo porque no logra infundir respeto y, como si fuera poco, atiza su respaldo popular atacando desenfrenadamente a «los otros».

La borrachera populista también acaba, pero este desenlace tiene dos formas de ocurrir.

La idónea, donde la democracia institucional del país soporta este resfriado que de ganar la batalla convertiría a la nación en un paciente en cuidados intensivos sin muchos pronósticos positivos. La fatídica, donde el populismo se enraíza en la idiosincrasia y terminan pasando muchos años para comenzar a ver de nuevo la luz. En este escenario, la borrachera populista convierte al país en una suerte de zombi, al mejor estilo de Venezuela, Nicaragua o Cuba.

Costa Rica debe tomar una decisión responsable: seguir la vía democrática, de respeto, libertad y justicia para todos por igual o seguir la vía populista de egoísmo, intimidación, persecución y autodestrucción social.  No tomemos la decisión con base en si el pasado fue o no el mejor, decidamos con base en el país que queremos que nuestros hijos y nietos vivan.

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