La destrucción de un país

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La destrucción de un país
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El país carece de una “gran estrategia nacional” como la que países civilizados ostentan. No tiene el país claro cuáles son y dónde están sus intereses, sus metas, sus rutas para alcanzar el país que deseamos. El plan nacional de desarrollo es un plan sencillo de cuatro años de duración que además no está “amarrado” al presupuesto nacional, ni tiene sus costos y sus plazos establecidos. Nadie es especialmente responsable y si se cumple da lo mismo que si no se cumple.


La Asamblea Legislativa fue el primer poder del Estado que sufrió la feroz arremetida de los “poderes fácticos” y los medios grandes de comunicación del país, que sin ser partidos políticos ni electos por persona alguna, creyeron que podían acabar con el prestigio y la legitimidad del Poder Legislativo y sus diputados. Los partidos lejos de buscar la excelencia fueron buscando la cantonalización y la municipalización de sus candidatos. En un extremo se ha desacreditado y suprimido la legitimidad de la Asamblea Legislativa y sus diputados. En otro extremo los partidos han hecho lo posible por elegir a quienes van a confirmar las peores profecías de los “poderes fácticos” y sus voceros. La Asamblea ha perdido su capacidad de legislar, de cambiar el país para bien y transformarlo conforme este lo necesita.


El Poder Ejecutivo ha sido recientemente blanco de todas las andanadas humanas e inhumanas. Todos corruptos, siempre los mismos… aunque sean los mejores disponibles. Se les ha expuesto en linchamientos como los peores enemigos de la patria. Se les ha lucido, con razón o sin ella, incapaces, corruptos, vagabundos, desperdiciados, galería de sol… El Poder Ejecutivo tiene cada vez menos radio de acción. Un poder del estado metiéndose en las funciones del otro.


Ahora y a sabiendas de que una comunidad organizada y civilizada no sobrevive sin una clara y honrosa administración de justicia se arremete un día sí y otro también en contra del Poder Judicial. No hay tregua para jueces, alcaldes, magistrados y procedimientos. Se elogia el linchamiento y se denigra el estrado y su debido proceso.


Las buenas personas se han alejado del quehacer público. Los “carebarros” no se van ni volándoles cincha. Hemos ido destruyendo el país. Hemos hecho lo posible por derrumbar la institucionalidad y acabar con la credibilidad del sistema. Hemos logrado efectivamente desacreditar a todos y a todo. El país está labrando su ruina. Genera vértigo y horror a quienes lo observamos como el legado que es de las generaciones del futuro se disuelve como la sal en el agua.


Hay que cambiar de ruta. Hay que cambiar de actitud. Menos crítica y menos discusión debe prevalecer. Más ejecución y más construcción debe imponerse. Los mejores deben elegirse. Los mejores deben dar un paso al frente. El país ya no da. Quienes desean reemplazar la democracia por un régimen populista y autoritario de economía estatizada están por lograrlo. Los costarricenses están ávidos de cero tolerancia al delito, cero impunidad de los rufianes, total intolerancia ante la corrupción y la ilegalidad.

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