La familia o la calle
El recorrido de una infancia tranquila, con una madre amorosa, entregada, y sacrificada no bastaron para un niño o jovencito, que al llegar a la adolescencia su ambiente escolar y juvenil la indujeron al cruel mundo de las drogras.
No pocos niños y adolescentes de manera inocente empiezan a probar de todo un poco. Alcohol, marihuana, pastillas entre otras.
Al principio parece un vacilón y se regalan muestras como todo producto que se mercadea para asegurar un nuevo cliente y posteriormente un adicto.
Luego llegan los síndromes de abstinencia y la falta de plata para poder seguir consumiendo. Y es ahí donde empieza el calvario en la familia.
Llegadas tardías. Mala comunicación hacia la autoridad. Y el robarle a los padres se vuelve una nueva costumbre.
La conducta da un giro inesperado. Respuestas llenas de gritos, malacrianza, irrespetos. Los estudios se dejan tirados.
La familia llora amargura y dolor, sin poder comprender qué pasó por la mente joven de su hija.
Se le perdió la mirada, se le afilaron los dientes del alma dispuestos siempre a morder la mano que dio de comer. Un suicidio a la consciencia.
Se ofrece toda suerte de terapias, buscar a Dios, abrazos, súplicas, negociaciones. Pero el mundo de los malos ya ha calado en el destino oscuro de este pequeño o joven ser humano.
La familia pasa a ser un estorbo. Y la calle, especialmente la nocturna, se vuelve una realidad, un falaz placer en medio de gente desconocida, donde el sopor del consumo colectivo inserta a esta persona en un nuevo clan, infernal y despidado.
Los pleitos llegan a un punto sin retorno. La quinceñera se va sin mirar atrás. Decide empezar a vivir en las calles a merced de un mundo hostil y peligroso.
La familia siempre estuvo ahí y sin embargo, la calle y las drogas muchas veces ganan la batalla, pronosticando una vida de miedo, indignidad, delinciencia y hasta de muerte.
Ojalá no existieran las drogas, ni el narcotráfico, que generan tantos sufrimientos humanos y familiares, existieran.
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