Las mascaradas
El jueves fue el día de la mascarada costarricense y prometimos que para hoy le íbamos a ofrecer detalles sobre esa tradición, que se remonta a épocas prehispánicas.
Los indígenas ya usaban las máscaras para fines religiosos y para fiestas, en ese momento las más comunes tenían caras de animales.
Las máscaras también tenían otro uso en las ocasiones festivas, donde se realizaban cantos y danzas. Los portadores adquirían un carácter sagrado, poderoso, el resto de asistentes a la ceremonia debían tratar con respeto a esas personas.
De esa tradición queda el cada vez más famoso Juego de los Diablitos, de la comunidad Boruca, donde los participantes se disfrazan interpretan danzas y cantos, hacen teatro, así como artesanías.
En esta actividad los participantes hacen una especie de “burla” a los fuertes pero torpes españoles, representados a través de la figura del toro, contra los ágiles y astutos aborígenes.
Las investigaciones indican que esta tradición es la que siembra las bases de las mascaradas actuales y que, luego de la conquista española, empezó a transformarse y mezclar culturas, técnicas y materiales hasta llegar a lo que conocemos hoy en día.
La historia continúa ubicándonos en Cartago, para las celebraciones a la virgen de Los Ángeles en 1824, cuando se documenta que un señor de nombre Rafael Valerín crea una giganta en honor a la patrona de Costa Rica.
Gracias al trabajo de don Rafael y de su hijo, Jesús, la tradición de las mascaradas se extendió, asentándose con fuerza en Escazú, Barva y Alajuelita, donde se fueron creando nuevas técnicas y nuevos personajes; eso sí, siempre manteniendo una relación o juego con la gente, en especial con eso de corretear chiquillos en las fiestas de pueblo.
Callate, que a mi antes me daban horror las mascaradas.
Y no olvidemos que para el baile de las mascaradas nada mejor que la música de cimarrona.
Ahora que lo decís, tenemos que hablar de la cimarrona.
Listo, el próximo sábado lo haremos, es un compromiso adquirido ya mismo.
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