Las mujeres de Afganistán, también son nuestras mujeres
En un entorno sociopolítico mundial en donde la mujer tiene un papel preponderante en el desarrollo de las naciones y cada día que pasa logra un mayor empoderamiento, entristece y preocupa profundamente, la situación que se vive hoy en Afganistán.
En esa nación, los derechos de las mujeres han sido marginados y con la reinstauración del régimen de los talibanes en el poder y la imposición de su radicalizada e implacable interpretación de la ley islámica, las mujeres retrocederán en el poco, pero significativo avance que alcanzaron desde la intervención de la OTAN y Estados Unidos en 2001.
El control militar que ejerció la OTAN y Estados Unidos permitió que, según datos de la UNESCO del año 2020, en la última década, se alcanzara una tasa de alfabetización del 29% en mujeres y 55% en hombres, frente al 15% y 45% respectivamente para el año 2010.
Ese crecimiento es bueno, pero insuficiente y preocupa que en pleno 2021 el fundamentalismo talibán castigue a una mujer que sale de su casa sin la compañía de un hombre. En ese país, las mujeres han sido tratadas como objetos que no pueden trabajar, estudiar, asistir a hospitales, ocupar el asiento de acompañante en un taxi, transportarse en bicicleta, utilizar baños públicos, descubrir sus tobillos y sus rostro o practicar algún deporte. Hacer alguna de esas acciones son sinónimo de ejecuciones públicas.
Es hora, que más allá de una intervención, las naciones levantemos la voz por todas las mujeres de ese país, principalmente por aquellas que ven el suicidio como la única vía para escapar de la violación legalizada que se da en los matrimonios a las que son forzadas.
Llegó el momento en que se conozca y repudie los linchamientos públicos que ahí se dan, alcemos la voz por todas las mujeres que como Farkhunda Malikzada en 2015 luchó por el reconocimiento de sus libertades, por el derecho a ser mujer, por el derecho a ser libre o como Malala Yousafzai, quien siendo una niña luchó por su derecho a la educación.
El planeta tiene una deuda histórica con Afganistán y es ahora cuando las mujeres deben dejar el terror; la comunidad internacional debe pronunciarse con firmeza y tender no una, sino las dos manos a esa nación.
El regreso del fundamentalismo no debe minar las sustantivas libertades para las afganas. Nunca más deben ser presas en sus hogares o invisibles para la sociedad. Una nación que desde la década de 1920 tenía consagrado el derecho al voto femenino, debe recuperar ese camino a la igualdad. Como habitantes de este planeta, es vital promover la apertura de un corredor humanitario para el auxilio y la protección de cada persona en Afganistán como una medida urgente para evitar las atrocidades del pasado.
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