Lo que la oposición debería entender del apoyo a Chaves
Olvidémonos del estilo del Presidente y de sus metidas de pata, y preguntémonos por el común denominador entre las personas que lo apoyan. Resulta que el elemento que sobresale en cualquier conversación con un chavista, es su hartazgo con los vicios del sistema, y su profunda desconfianza hacia los actores que lo operan.
En consecuencia, la mayoría quiere transformarlo todo, y no para convertir nuestra democracia en una dictadura, sino para limpiarla de eso que perciben como corrupción, abuso y privilegio, lo cual irrita nuestro sentido de igualdad. Y por supuesto, la disconformidad no para aquí, también quieren devolver a la administración pública y sobre todo, a los servicios públicos, el espíritu de servicio que se perdió en medio de esa corrupción, abuso y privilegio.
El pleito del costarricense no es contra el empresario «platudo», contra la inversión extranjera, Por esta razón, la retórica de izquierda resulta cada vez mas inútil para llegarle al corazón y al hígado de los votantes. El pleito de ese costarricense es contra el burócrata y el político que desde su perspectiva reciben una millonada a punta de corrupción, abusos y privilegios. Y ojo, que aquí se esconde otra de las trampas de este juego de percepciones. Entre el funcionariado también hay quienes creen en la necesidad de transformaciones porque reconocen la existencia de aquellos abusos y privilegios, que gozan unos pero manchan la reputación de todos. Se trata de un estado de ánimo que impulsó una ola de enojo y frustración, que no comenzó con el chavismo sino hace varias décadas, y que le pasó factura a los partidos tradicionales y a sus réplicas.
Después de dominar la política entre 1990 y 2006, el PUSC fue castigado y reducido a la condición de minoría, el PAC y el Movimiento Libertario fueron eliminados, y el PLN se parece cada vez más a un zombi destinado a ser el chivo expiatorio de todos los males. En este contexto, el Frente Amplio, el Partido Liberal Progresista y Nueva República merecen una consideración crítica aparte, y lo mismo sucede con la incógnita que eventualmente utilice el chavismo como vehículo electoral.
No olvidemos que el presidente Chaves fue elegido por una minoría, de acuerdo con las reglas de la institucionalidad que tanto ataca, pero recordemos también, que esa minoría ha crecido durante su gestión, a pesar de los recurrentes errores. La inmensa mayoría de los costarricenses se identifica con nuestra democracia y sus instituciones, de hecho las da por sentadas, pero está harta de los vicios que percibe y de las personas que entiende se benefician del Sistema en perjuicio de los pulseadores y de los breteadores, como ellos mismos, que junto con sus familias, son los que determinan el triunfador de las elecciones Así, dentro de aquella mayoría de disconformes, hay unos profundamente enojados, que son los que nutren al chavismo, los que ven la política como revancha. De esta forma, el gran error de quienes reducen la oposición a Chaves a la defensa de la institucionalidad, es haber dejado que su lucha se confundiera con la defensa del status quo. Dicho de una forma muy práctica, uno puede querer al perro pero no a las pulgas, y los críticos de Chaves no supieron evidenciar la diferencia.
Por todo lo anterior, creo que la opción electoral que aspire a suceder al Presidente Chaves, debe ser moderadamente conservadora en aspectos sociales y culturales, pero reformista en materia de Estado, servicios públicos y economía, siguiendo en este campo un enfoque razonablemente liberal; orientada en ambos casos por el pragmatismo y el sentido común.
En resumen, el berrinche y las ocurrencias son rasgos que identifican al chavismo, pero no agotan su esencia. Por lo tanto, la oposición, partiendo de lo dicho en el párrafo anterior, debería reorganizarse para diferenciar su propuesta con base en la experiencia política, en la capacidad de gestión, en el conocimiento de la administración pública y el ordenamiento jurídico, y también por la existencia de un proyecto político que sirva como la partitura de una sinfonía a ejecutar desde un eventual gobierno.
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