Madre: la incondicional, la valerosa, la guerrera, la eterna…
Señala el cuarto mandamiento que se debe honrar a padre y madre, y esto no recobra más fuerza que en días especiales como el que se celebra este mes: el Día de la Madre.
Ahora bien, hay que tener presente que el honrar verdaderamente a una madre no se refiere solamente a esa alta estima en la que los hijos llevan a sus madres en el corazón o a la obediencia que se le debe rendir. Honrar se refiere a suplir, con extremo amor, constancia y responsabilidad, con lo necesario para que ella tenga una excelente calidad de vida.
Honrar verdaderamente a la madre involucra reverenciar y agradecerle su entrega muchas veces cargada de sacrificios, cansancios y angustia. Significa agradecerle por ese excepcional y amoroso protagonismo en nuestra germinación, crianza y florecimiento como humanos. Es decirle “te amo” a cada momento que se pueda y abrazarla las veces que sean posibles; es enaltecer sus méritos y hacerla sentir la fuerza motora y la gran inspiración en nuestras vidas.
Por eso, ciertamente, no hay que esperar a que se celebre el Día de la Madre para honrarla, o peor, a que la madre esté pasando por alguna problemática, esté enferma, muy mayor o muera, para hacer aflorar sentimientos que debieron haberse manifestado en vida.
De ahí que se haga obligatorio apreciar la trascendencia que ha tenido la maternidad en las raíces mismas del nacimiento, construcción, desarrollo y humanización de los pueblos. Entonces sí podríamos garantizar que hoy, y siempre, se le haría un verdadero homenaje a todas esas madres quienes han conservado, en la felicidad o la angustia, la grandeza de un corazón puro, aguerrido y amoroso para con sus hijos.
Por eso para quienes tienen a su madre viva, aprovechen al máximo esa oportunidad que les regala la vida para decirle a su madre lo mucho que la aman. Además, para quien así lo hace, será un manantial de paz en el momento en que ese ser querido parta a la presencia divina.
Y para quienes ya no tienen a su madre físicamente, pero que la supieron honrar a cabalidad en vida, no existe motivo para recordarla con angustia; su evocación debe ser de alegría, satisfacción y tranquilidad porque en vida ellas tuvieron una existencia cargada de amor y atención por parte de sus hijos.
Dedico este comentario a mi amada madre Lili, por haber sido, y continuar siendo eternamente, esa luz de fortaleza, entrega y amor que sigue alimentado mi existencia; y en ella, a todas aquellas mujeres quienes han hecho de la palabra madre la viva encarnación del amor de Dios en la tierra.
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