Más impuestos y las preferencias de gasto de las familias
Se avecina una tormenta de impuestos sobre los ciudadanos. Es lo que algunos políticos y grupos de interés han escogido para resolver un supuesto problema denominado “déficit del gobierno.” Se dice que hay un déficit cuando los gastos del gobierno, en cierto período, son superiores a los ingresos públicos de ese mismo lapso. Ese hueco usualmente se pretende rellenar con mayores impuestos o con un incremento en el endeudamiento del gobierno o bien mediante una emisión monetaria, que va a dar a sus manos.
El hueco también se puede rellenar mediante una reducción de ese excesivo gasto gubernamental, pero, usualmente, esa vía no se sigue debido a la oposición, por una parte, de muchos políticos, que así verían reducidos sus espacios para gastar, en nombre de los ciudadanos, el dinero producido por las personas.
Además, surge la oposición de beneficiarios directos de ese gasto público, como son la burocracia estatal y quienes les venden al estado sus servicios o sus productos. Una tercera variante, que surge de este último grupo, se presenta cuando, a cambio de su aprobación de mayores impuestos, el gobierno les otorga beneficios específicos que simplemente son cargas sobre los demás ciudadanos: me refiero, por ejemplo, al proteccionismo que el gobierno da a algunos de esos grupos de privilegio, que permite reducir la competencia y, por ende, que haya una explotación de los consumidores mediante precios más altos.
Cuando un gobierno aumenta los impuestos, que son recursos creados por personas físicas o jurídicas, pero que son obligadas a trasladarlos al gobierno por la fuerza de la ley, permite que el político gobernante imponga sus preferencias personales con el uso de esos fondos.
Nos dirán que esos gastos son para beneficio de las familias o de los consumidores o de los ciudadanos, pero ciertamente, en una sociedad en donde hay multiplicidad de personas, cada uno tiene más claro el beneficio que obtendría si gastara esos ingresos en lo que considera personalmente como de mayor valor, lo cual le brinda la mayor satisfacción.
En un sistema económico, los individuos suelen conocer mejor qué es lo que prefieren, que como lo puede pretender saber un gobernante, quien, en realidad, lo único que hace es imponer su preferencia personal sobre el gasto de las familias.
Sabemos que hay naturalmente un conflicto entre lo que este gobernante cree o pretende saber, con lo que son nuestras propias preferencias. Mayores impuestos eliminan nuestra posibilidad de escoger lo que más valoramos como para gastar en ellos y dejamos que sea el político de turno quien elija por nosotros.
Eso nos empobrece.
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