¡Muchas gracias madres!
“Las manos de mi madre parecen pájaros en el aire, cuando amasa la vida…; todo se vuelve fiesta cuando ellas juegan con los pájaros…, lo cotidiano se vuelve mágico”, emotivos versos con los que la recordada soberana del folclore latinoamericano, Mercedes Sosa, les cantaba a las madres. Y es que si nos preguntamos ¿qué es ser una madre?, sin duda, manifestaciones tan sensibles, como esta, sobrarían.
Madre es quien mantuvo en sus entrañas a sus hijos como parte viviente de su ser; quien los ha protegido con su abnegación y ha sabido brindarles un amor infinito. Es ella la piedra angular de la familia; la que con dulce mirar ha enternecido a sus retoños y ha luchado, día a día, para que caminen por senderos de justicia, paz y amor.
Es la mujer quien, con sacrificios, honradez y lealtad, ha depositado, en el corazón de sus hijos, un legado de apoyo, comprensión y respeto.
Es aquel ser abnegado que nunca ha dejado de dar alimento a pesar de la pobreza; quien ha tratado de no sucumbir ante el dolor; quien siempre ha brindado su guía y no ha regateado tiempo para fungir como enfermera, abogada, psicóloga, cocinera o maestra. Es aquella madre de los hogares desintegrados, quien ha luchado contra los infortunios para mantener a flote su familia.
Es, también, la madre adolescente, quien ha tenido que madurar, abruptamente, para proteger el fruto de su inexperiencia. Es aquella quien, con el corazón desgarrado, ha entregado a su hijo en las manos de Dios.
Es la madre sustituta, la adoptiva, aquella que ha hecho de su corazón el hogar de algún niño abandonado; o las que, a través de su trabajo en algún albergue u hospital, han alimentado la vida de los pequeños de amor y esperanza.
Es la madre que trabaja y estudia, y aún así, ha buscado el tiempo para organizarse y brindarles calidad de tiempo a sus hijos. Es quien se desborda de alegría ante el éxito de ellos, y es feliz en cualquier actividad que ellos escojan.
Es el ser que, ante sus hijos lastimados, les muestra compasión ayudándolos, abrazándolos y secándoles las lágrimas. Es quien hoy, entre los rincones de sus almas, llora el desprecio y abandono de quienes llevan su propia sangre. Y quien, desde el firmamento, constituye el astro que ilumina a sus hijos.
¡Felicidades a todas las mamás y todo el respeto del que son dignas!, por llevar el prodigioso misterio de la vida en sus vientres y corazones, para darle, aún más allá de la existencia terrenal, el mágico aliento espiritual a un nuevo humano. Gracias a todas ustedes, madres, por hacer que “lo cotidiano se vuelva mágico”.
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