Necesitamos diputados de acción, visionarios, pragmáticos y reformistas
Costa Rica tiene los recursos para alcanzar el desarrollo de la mano de la iniciativa privada, entendida esta en el sentido más amplio. El problema es que su potencial está atrapado por una camisa de fuerza, compuesta de una burocracia excesiva y carísima, de un ordenamiento jurídico frondoso y confuso, de una tramitología sofocante, de costosos monopolios y de un abuso fiscal evidente, además de la corrupción.
Las acciones adoptadas hasta ahora en el campo de la economía son discutibles, salvo por una dimensión de especial importancia. La administración Alvarado ha tenido un éxito relativo manteniendo los equilibrios macroeconómicos. Esto, claro, se ha logrado con endeudamiento y más impuestos. No es producto de haber reorganizado el gasto público, por lo que el resultado no es sostenible, y de hecho, los acuerdos con el FMI son otro paquete de impuestos.
¿Cómo llegamos a esto? Hablemos de lo evidente. El PAC asumió el gobierno en 2014 y en lugar de tomar las medidas para revertir la crisis fiscal en ciernes, el presidente Luis Guillermo Solís, la agravó.
Luego asumió Alvarado, quien por razones que obedecen tanto a la torpeza, como a sus veleidades ideológicas, escogió un camino que consiste en “patear la bola para adelante”. Algo que pudo hacer gracias a la colaboración de la Unidad y de Liberación, y antes de que alguien salte a descalificarlos, hay que insistir en que lo hicieron por una cuestión de responsabilidad, evitándole al país el trauma que provocaría la ausencia de reformas estratégicas, propia de una gestión estatista cuyo enfoque de la crisis se redujo a cómo financiar un sector público hipertrofiado.
El problema con ambos partidos es que no exigieron con la misma fuerza, la reorganización del Estado; y la responsabilidad aquí, la comparten con la prensa tradicional. Esta falla tiene una explicación. La experiencia demuestra que eso que algunos en Costa Rica llaman “neoliberalismo” -entrecomillas- no riñe con el estatismo, con el privilegio, con el gasto excesivo ni con la voracidad fiscal. Por eso, la Izquierda menos arcaica se adaptó bien a él.
Aún así, ese “neoliberalismo” permitió diversificar la producción, hacerla crecer y reducir la pobreza, hasta que llegamos a un punto donde la economía no dio más, aquella se estancó y la desigualdad se disparó. Obviamente la pandemia ha sido determinante, pero no alcanza para explicar nuestra situación.
Siendo así, liberarnos, sí, liberarnos de esa camisa de fuerza que mencioné al principio, se requiere más que solo de un Presidente de la República en condiciones de fijar un norte, seleccionar un gabinete capaz de avanzar en esa dirección, dominar la administración publica y liderar la política nacional. La situación del país demanda una gran transformación que se conciba y ejecute desde una óptica integral, ecléctica y pragmática, y para esto también requerimos de diputados cultos, bien formados, de espíritu visionario y reformista
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