¡Ojalá aprendamos positivamente!
No es un secreto que desde hace bastante tiempo nuestra sociedad se ha visto inmersa en un ambiente cargado de superficialidad e individualismo; sin embargo, hoy más que nunca, ante este proceso tan particular al que nos ha enfrentado la pandemia, se ha vuelto imperioso instaurar aquella filosofía de la “civilización del amor” propagada, a través de los siglos, por grandes líderes sociales y espirituales como Jesucristo, Gandhi, Teresa de Calcuta o Martín Luther King que orienta a la construcción de un mundo más humano, solidario, justo, agradecido y fraterno.
No obstante, para plasmar con acierto la civilización del amor, no se puede restringir tal concepto a la esfera de lo privado, esta civilización del amor es un don innato también de lo colectivo para que nos permita, a todos, vivir en paz, armonía, justicia y equidad. Es importante, entonces, dentro de esta gran filosofía del bien común, saber dar al prójimo acciones reales cargadas de solidaridad.
Por eso, todos, en general, debemos trabajar aún más para que, diariamente, se haga realidad esta civilización del amor. ¡La lección ha sido grande! Ojalá aprendamos de ella positivamente pues en la medida en que profesemos el respeto a nosotros, y a los demás, estaremos reconociendo que somos seres dotados de extraordinarias facultades de conciencia, inteligencia y valores capaces de respetar a nuestro entorno y a la dignidad humana.
Donde, abiertamente, los miembros de la sociedad se den ayuda mutua, conforme con sus posibilidades. Sin atropellarse, denigrarse, destruirse o engañarse para lograr provechos personales, sino construyendo colectiva y pacíficamente. Como lo expresara Nelson Mandela: “Procuremos que las generaciones futuras no digan nunca que la indiferencia o el egoísmo nos impidieron estar a la altura de los ideales del humanismo”.
A lo mejor, habrá quien considere todo esto como una utopía; no obstante, esta civilización del amor debe concretarse al poner en marcha una gran dinámica social, con mucha confianza, fe, disciplina y fuerza inventiva del espíritu y el corazón humano, al igual que lo han venido haciendo, desde hace mucho tiempo, grandes mujeres y grandes hombres.
Esto significa, por supuesto, grandes sacrificios y significativos cambios de mentalidad; sin embargo, bien vale la pena que apostáramos por esta civilización espiritual y social del amor, si es que, realmente, deseamos un mundo sustentado en elevados valores los cuales nos libren de la pandemia de la intolerancia, la injusticia, el egoísmo, el materialismo y la falta de empatía.
Tengámoslo presente: la civilización del amor es la energía más viable para alcanzar, de una vez por todas, una sociedad más positiva y de bien común y gratitud. ¡Esto es lo que requerimos para purificarnos y purificar nuestro mundo!
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