Un mundo nos espera
Algo característico de toda persona es preguntarse qué sobrevendrá después de la muerte; pero como la muerte vendrá siempre, nosotros estamos aquí para llenar el tiempo día a día, no para perderlo. Pronto se llega a la conclusión de que vivir puede ser un adelanto del cielo.
Al menos así pensamos muchos creyentes y que conviene prepararse para comportarse mejor que ayer. Esta es una forma práctica de vivir con mayor optimismo y esperanza, porque nos sentimos sembradores de bien y de paz, a su vez, nos sentimos en un ambiente más humano.
Existen unas palabras muy conocidas: Donde está tu tesoro está tu corazón. Por tanto, cabe preguntarse ¿Y cuál es el tesoro de Jesucristo? Sus hijos, cada uno de nosotros; toda la creación, sobre todo el género humano. Esto es digno del mayor aprecio y demanda gratitud y correspondencia. Despreciar la creación, su prodigioso conjunto, sería la más odiosa fuente de deshumanización. Asimismo, contendría la más aguda contradicción: Creer que la creación se hizo sola. Es mejor introducir la humildad y el amor. Amar es lo que más necesita el mundo, hasta cierto punto empeñado en que olvidemos este gran valor.
La vida es más corta de lo que pensamos. No nos engañemos: nadie escapa a la vida futura, ya sea para muchos un tiempo de felicidad o de amargura. Nadie escapa de tener un alma inmortal.
En otras palabras, el bautismo garantiza la entrada al cielo, la hoja de ruta final es decisiva y puede perderse el reino anunciado, el único, el definitivo. Vivir es asumir dolores y oportunidades cargadas de esperanza. Recordemos que el reino de Dios no es de tinieblas sino de luz. Luchemos por permanecer en él.
Nosotros pertenecemos a un mundo que nos espera.
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