Una democracia con rectitud moral
Una democracia sin rectitud moral y ausente de un trasfondo ético y sin una libertad afianzada en la verdad, produce ausencia de líderes y posesión de políticas concernientes del utilitarismo, dispuestas al oportunismo silencioso de la corrupción. Además, con instituciones autónomas amparadas por leyes que les permiten no rendir cuentas, ni al Estado ni al pueblo elector. Así, se conforma un ambiente altamente permisivo y engañoso.
Ese clima social permite escalonar posiciones que ya vienen con personas desprovistas de recursos morales adecuados. Esos ciudadanos, ya desarmados, defienden la democracia con ahínco, pero se convierten en parásitos. Una vez en el poder, juegan a la democracia y sus palabras, compuestas de subterfugios y mentiras, siendo esta una forma de posverdad. Mas no nos dejemos engañar, porque no hay nada más allá de la verdad.
A esa clase de ciudadanos no les interesa la “ética de la responsabilidad”. Quizá este sea el mayor mal de nuestra democracia, hundida en la posposición de proyectos importantes, como ahora la ley de reforma fiscal: todo se esconde, todo se tapa, todo se deja para el que viene. Por ejemplo, la reforma fiscal tiene 40 años de edad y todavía no se le ha dado solución. El país tiene más egresos que ingresos y crecen las deudas, internas y externas, abundan los pluses y las prestaciones salariales y nadie quiere pagar más y sí gastar más.
Subsiste una gran confusión y, como producto, una gran indiferencia y pasividad. La situación demanda un significativo cambio de vida, comenzando por un más amor a la patria que alimentada por nuestros antepasados, nos permite vivir unidos, en libertad, con respeto, tolerancia y paz social. Este es un patrimonio que no podemos perder, sino enriquecer con más entrega y generosidad. No puede vivirse fomentando el indiferentismo y la insolidaridad: está primero el país que, en este momento, requiere un aporte proporcional a las entradas. Ya sabremos cuánto, pero no saquemos la bandera del no.
La patria entera lo necesita y lo pide. ¿Costará? Sí; pero es para bien de todos, si queremos un país donde sea posible continuar viviendo con seguridad, trabajo, libertad y paz.
¿Necesita Costa Rica un cambio? Sí: preocuparse y ocuparse por los demás, nuestros hermanos, y porque los gobernantes logren los proyectos del país, independientemente de banderillas políticas. No hagamos de la gobernanza un camino de obstáculos. Forjemos una democracia con rectitud moral. De esto dependen muchas cosas.
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