Ya no se trata de una deuda
Costa Rica nació dueña de sí misma. La influencia de las civilizaciones que se desarrollaban hacia el norte y en el suroeste del continente nunca intimidaron la nobleza de los huetares, ni apaciguaron el brío de los malekus, quienes, lejos de tomarse por menos, encontraron en el crecimiento de sus vecinos un impulso para desarrollarse a sí mismos. No se trataba, para ellos, de cómo los otros eran superiores sino de cómo fortalecer la tierra que era suya.
Años después de la colonia, Costa Rica se convirtió en un conjunto de fincas, y su pueblo en una multitud de peones de unos cuántos patrones que habían heredado las tierras robadas. Los costarricenses ya no eran los jaguares orgullosos que construían con voluntad lo que les pertenecía, sino el grupo de peones temerosos de su patrón, feligreses obedientes que ya no se sentían amos de su destino y se resignaron al placebo de ser labriegos sencillos. El futuro ya no era construido, era temido; la verdad ya no era edificada, era obedecida. Y así, los corazones soberanos fueron suplantados por mediocridad y resentimiento.
La mentalidad de peón es la consecuencia más profunda y arraigada que los costarricenses arrastramos de la colonia. La mediocridad de resignarse a la voluntad del patrón, de no cuestionar – ni siquiera escuchar – la homilía del párroco, de asentir con la cabeza y reprimir las ilusiones propias y ajenas para que nadie sea dueño de nada, siguen marcando el caminar de la historia de un país que ya olvidó lo que era pertenecerse. Y lo que no me pertenece, lo que no es mío, lo que no me cuesta: hagámoslo fiesta. Es aquí donde la crisis fiscal que hoy atraviesa el país tiene un origen histórico-sociológico.
No hay que ser premio nobel para darse cuenta de que, nuestros presidentes han sabido muy bien que no se trata de una escaza recaudación sino de un exceso de gasto. Nuestros políticos conocen de la vergonzosa e irresponsable gestión de los recursos que se ha hecho, en los últimos 10 años, entienden que el dinero no alcanza para más caprichos y saben que la solución responsable pasa por recortar el gasto y reducir el tamaño del estado.
Pero cuando se llevan tantos años gastando riquezas ajenas, es preferible el berrinche de grabar la educación antes que quitarse los privilegios, de dejar sin pan a los hijos antes que faltar a la cantina.
Esto ya no se trata de pagar una deuda de dinero, sino de responsabilidad, y lo que le falta al Estado no es impuestos sino voluntad. Ya no se trata de superar una crisis económica, sino una actitud que nos ha sumido en la mediocridad y en el descaro. Costa Rica ya no aguanta más berrinches.
Recorten el despilfarro.
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